Estad preparados


"No temas, pequeño rebaño, 
porque a vuestro Padre 
le ha parecido bien daros a vosotros el Reino." 
(Lc 12,32)

Jesús nos conoce y nos ama, nos habla con entrañable ternura.
Somos un pequeño rebaño, que camina siguiendo a Jesús.
Los ruidos del mal y de la mentira son muy grandes.
Se puede apoderar de nosotros el miedo.
Jesús nos invita a una confianza audaz en la bondad del Padre que nos ha dado el reino.
El reino es la presencia amorosa del Padre en nuestro corazón; su don es total.
De ahí nace la confianza.
Es hora de cambiar los temores por la alegría confiada. 
Lo primero que recomienda Jesús está muy claro:
No tengáis miedo.
Jesús no tolera el miedo, ni quiere que sus discípulos sientan la amenaza del miedo.
Hablar del Reino es hablar de Dios ("El Reino de Dios es Dios").
La expresión "Reino de Dios" es una forma de designar a Dios mismo.
 Por tanto, lo que en realidad afirma Jesús es enorme:
Dios es vuestro.
 Es decir, Dios se ha entregado, lo tenéis a vuestra disposición.
El don de Dios a sus creyentes es Dios mismo.
Se nos ha dado.
 ¿Qué miedo puede caber, si eso es así?
El Padre ha querido darnos su amor, su palabra; se nos ha dado a sí mismo en su hijo Jesucristo.
No cabe, por consiguiente el temor.
Hemos recibido los mejores dones y en muchas ocasiones perdemos el tiempo buscando aquellos otros que roen las polillas.
El que vive así, vive vigilante.
Contagia felicidad.
Es buena persona y buen ciudadano.
Es la realización concreta del Evangelio.
Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios.
Él Señor nos ha llamado a ser unos locos enamorados del Evangelio

“Estad preparados,  
porque no sabéis ni el día ni la hora” 
(Lc 12,40).
 
Si estamos atentos y vigilantes descubriremos al Señor.
Viene como un ladrón en la noche, pero no viene a quitarnos nada, viene a darnos la vida.
Y si no estamos preparados... nos quedamos sin nada.


“Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; 
al que mucho se le confió, más se le exigirá” 
(Lc 12,48). 

Podemos dar mucho fruto, porque hemos recibido buena semilla y buena tierra.
Hay que ponerse a trabajar.
Todos salimos ganando.

Oye, Jesús, hay una frase  de hoy que me hace tilín en el alma:
“Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá”.
Esto estremece a cualquiera, pero sobre todo a quienes, como yo, hemos sido llamados por ti y bautizados en tu Iglesia.
No es cualquier cosa ser miembro de tu familia, el pertenecer a un Pueblo elegido por ti, el formar parte de tus comensales en la mesa de tu Reino.
El Bautismo es el gran regalo con que tú me honras y compromete a ser miembro activo en el amplio campo de la evangelización.
Me has dado mucho y me vas a exigir mucho.
 La pasividad y la indolencia son la mayor burla a tus gestos de confianza depositados en mí.
De vez en cuando me sitúo en el momento de darte cuentas de mi vida y me estremece presentarme con las manos vacías.
Si no me hubieras dado nada, no me exigirías nada.
Pero fíjate en lo generoso y espléndido que has sido conmigo, me miro a mí mismo y me impresiona lo mezquino que he sido contigo y con las responsabilidades encomendadas.
Para ser honesto, no puedo seguir dando largas a tus invitaciones.
No puedo seguir tapando los oídos y hacer como que no oigo ni me entero.
 Haz un milagrito conmigo y sáname de mis sorderas.
¿Recuerdas a cuántos sordos curaste en los caminos de tu tierra?
De esta manera mi vida cobrará un nuevo sentido y no me importará que llegues “de noche o de madrugada”, porque estaré siempre dispuesto a rendirte cuentas de “mi administración”.



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