El Señor nos llama a seguirlo





SANTOS SIMÓN Y JUDAS TADEO, APÓSTOLES.

 “Subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. 
Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles” ( Lc 6, 12-13).

“Venían a oírlo a que los curara de sus enfermedades...y gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos” (Lc 6, 18-19)

Jesús se pasó la noche orando al Padre antes de elegir a los Doce.
Jesús ora toda la noche, y desde la fuerza de su oración llama a los discípulos, hace apóstoles y cura a todos los que se acercan a Él.
Estamos en uno de los momentos importantes de la vida de Jesús.
Por la mañana, llamó a los discípulos, es decir a muchos de los seguidores habituales suyos.
Eligió a doce de entre ellos los llamó apóstoles.
Jesús te invita a orar.
A acercarte a Él, a escucharle y tu fe le arrancará esa fuerza sanadora.
Señor, tú llamas a todos a tu mesa, nos acercamos...
¿Tenemos suficiente fe  para que tu fuerza nos cure?

Jesús «bajó del monte con ellos...»
La actividad de Jesús no ha sido individualista.
Ha creado una comunidad.
Les ha dado confianza y responsabilidad.
Los ha formado y ha compartido con ellos vida y misión.
El evangelio presenta una imagen de lo que debe ser la Iglesia.
Sobre la piedra angular de Jesús y el cimiento de los apóstoles (Ef. 2,19-22) estamos construyendo y debemos procurar que construyan los que vendrán después.

• Que la celebración de los santos apóstoles Simón y Judas refuerce nuestra dignidad de miembros de la familia de Dios y la misión de edificarla.


Señor Jesús, en esa oración nocturna tuviste alguna luz que nos es desconocida.
Si entre tantos jóvenes hombres elegiste a esos Doce sería por alguna razón, porque nos parece que no seleccionaste a los más fieles y buenitos.
¿Querías que representaran todas las tendencias del Israel?
Nos llama mucho la atención que uno te traicionara, otro te negara y los otros diez echaran a correr.
Gracias porque les enviaste al Espíritu Santo para que fuera su Fuerza.
Gracias.
 Llénanos de este mismo Espíritu en pequeños nuevos Pentecostés.
Amén.

Señor, tú llamaste a Abraham, a Moisés, a Samuel, a Jeremías... a cada uno lo llamaste por su nombre.
Jesús, tú también llamaste a tus apóstoles por su nombre.
Y a mí también me llamas por mi nombre.
(Dejo que resuene la voz de Dios en mi corazón,  llamándome por mi nombre).
Me llamas por mi nombre, porque me conoces,  me conoces mejor que yo mismo.
Conoces mi capacidad de amar, de trabajar, de entregarme,  de escuchar y compartir; esas capacidades que tú me diste y me ayudas a desarrollar, esas virtudes que alegran tu corazón.
Conoces también mis miserias, mis egoísmos, mi individualismo, el orgullo que me aparta de ti y los hermanos.
Conoces mi pobreza ¿y me sigues llamando?
Sí.
Me amas tal como soy y cuentas conmigo.
Y me repites lo mismo que dijiste a San Pablo:
tu fuerza se muestra perfecta en mi debilidad.
A través de mi pobreza se hace presente la grandeza de tu amor.
Señor, ayúdame a conocerme y amarme.
Dame fuerza para responder a tu llamada.
Amén.

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