Salvación universal


“Voy yo a curarlo” 
(Mt 8,7)    

Había sufrimiento y Jesús fue a curar. 
Hoy hay sufrimiento. 
¿Hacia dónde me mueve el Espíritu?  
“El Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo” (EG 88).

La frase del Centurión romano la repetimos cada día en la Misa: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.
¿Acto de humildad? Claro que sí.
¿Creer en la Palabra de Jesús? Evidentemente que sí.
¿Fiarse de la palabra de Jesús? Es evidente.
¿Creer en la eficacia de la palabra de Jesús? Está fuera de dudas.

El camino de la Navidad es un camino de fe y de esperanza.
Es el camino hacia el misterio que nunca lograremos entender, pero sí vivir.
Por eso mismo, es el camino de respeto también hacia el misterio del corazón humano.
Sin excluir a nadie.
Sin marginar a nadie.
Sino abriéndonos a todos.

Adviento. Tiempo de espera cierta.

Esperar bien despiertos, pero no desvelados.
Esperar caminando, pero no adelantándonos.
Esperar embarazados, pero no adueñándonos.
Esperar expuestos, pero no a cualquier viento.
Esperar sedientos, pero no yermos.

Esperar entre niebla, pero no perdidos en esta tierra.
Esperar con velas encendidas, pero no consumidos.
Esperar ofreciéndonos, pero no vendiéndonos.
Esperar preparando tu camino, pero no encorvándonos.
Esperar en silencio, pero cantando al Verbo encarnado.

Esperar gestando, no abortando.
Esperar acogiendo, no reteniendo.
Esperar dándonos, no reclamando.
Esperar en silencio, no alborotando.
Esperar compartiendo y disfrutando.

Esperar aunque sea de noche
y no veamos signos en el horizonte.
Esperar a cualquier hora del día
aunque nos quedemos solos y se rían.
Esperar en soledad... ¡y en compañía!

Esperar con mucha paz, pero pellizcados por los hermanos.
Esperar anhelando, pero mecidos en su regazo.
Esperar mirando a lo alto, pero con los pies asentados.
Esperar refrescándonos en tus manantiales vivos y claros.
Esperar encarnados y ya naciendo a tu Reino.

Esperar en este tiempo de crisis y recortes.
Esperar con el Evangelio en la mano.
Esperar con los que vienen y con los que se van.
Esperar disfrutando lo que se nos ha dado.
Esperar viviendo y amándonos.

Esperar como Isaías, viviendo y profetizando.
O como Jeremías, sufriendo, pero enamorados.
O como Juan Bautista, pregonando lo que nos has dado.
Esperar, para que no pases de largo.
Esperar, aunque no entendamos a tu Espíritu Santo.
 


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