“El mirar de Dios es amar”





“¿Quién me ha tocado el manto?” 
(Mc 5,30)  

Todo el mundo quiere ver y tocar al Señor.
Saben que Él puede salvar sus vidas en tantos sentidos. 
Nosotros, ¿acudimos también así y confiamos de este modo en Dios?
Hay muchas formas de rezar: la oración del padre de Jairo era una oración insistente y pública. La de la mujer enferma era íntima y escondida.
Pero en ambas pide Jesús una condición que no puede faltar: la fe, la confianza en el Dios que sabe lo que nos conviene y tiene poder para llevarlo a cabo.
Los milagros del Evangelio son signos que demuestran el permanente y silencioso cuidado de Dios sobre nosotros.
Todos podemos repasar las veces en que Dios nos ha visitado con su fuerza, con su ánimo, con su Espíritu, y nos ha mantenido esperanzados, pese a las dificultades.
Ante estos dos testimonios de fe, quizá los más impresionantes del Nuevo Testamento, podríamos pedir a Dios que aumente nuestra fe

Jairo se postra ante Jesús y no le importa ni el qué dirán ni tan siquiera si se trata de un curandero de moda.
Se lo juega todo por su hija.
A veces pienso que quizá lo echaron de la sinagoga.
No le importaba.
Su hija era lo primero.
Si realmente creemos que Dios es Padre, ¿por qué dudamos al pedirle?
Una mujer encuentra en Jesús una salida a su situación dolorosa.
Va más allá de la ley y se acerca a Jesús para tocarlo silenciosamente.
Jesús experimenta que una fuerza prodigiosa ha brotado de él.
Y pide que la mujer se coloque en el centro para mirarla con cariño.
Despierta tu creatividad en el encuentro con Jesús.
El amor siempre está en movimiento.  

Acércate a Dios y déjate mirar por El, porque “el mirar de Dios es amar”

Hoy recordamos al gran educador y apóstol de los jóvenes,  
San Juan Bosco.  

Huérfano de padre a los dos años, Juan (1815-1888) se ordenó sacerdote y pronto se dedicó a la enseñanza y evangelización de los jóvenes obreros de las afueras de Turín, de quienes se apasionó: 
«Si tenéis que ser verdaderamente padres de vuestros alumnos, es necesario que tengáis también un corazón de padre»

Lo decía a los miembros de la Piadosa Sociedad de san Francisco de Sales (salesianos), que él fundó, juntamente con el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora. (salesianas). 

San Juan Bosco estaba tan seguro de su filiación divina que no dudaba en poner sus obras en manos de Dios. 
No le falló.

- Señor, que, al igual que San Juan Bosco, vivamos en tu amistad.

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