¡Padre nuestro!





“Vosotros rezad así: Padre nuestro” 
(Mt 6,9)  


Rezar el Padrenuestro.

Orar al que te dio la vida

¡Tú debes rezarle al Padre nuestro!

Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida



Jesús no se guarda nada para sí.

Todo lo da.

Su mayor tesoro, la presencia del Padre, la pone en nuestras manos.

¡Todos, hijos y hermanos!

¡Sin desigualdades ni muros entre los pueblos!

Ponte ante tu Padre con confianza.

Saber que Él te ama, te basta.

Cuando dices “Padre nuestro”, “pan nuestro”, comunicas la mejor noticia a los pobres de la tierra.   


“En comenzando, nos henchís las manos…

¡Oh Hijo de Dios y Señor mío!

¿Cómo dais tanto junto a la primera palabra?” (Santa Teresa).



Sentir que Dios está esperando que acuda a él.

Nos echa en falta como echa en falta un padre a su hijo.



Es reconfortante poder expresar lo que pensamos y sentimos.

La sinceridad es el fundamento.

Cuando pedimos, podemos hacerlo porque Dios nos ha inspirado antes lo que está deseando concedernos.

No se trata de agobiar pidiendo.

Lo que pidamos está concedido.

Del modo que sea.

Tener siempre presente a los hermanos y estar dispuesto a empezar de nuevo.
Es bueno pedir perdón por nuestros errores.

 Pero, ¿y tú?

¿Estás dispuesto a perdonar al que te ofende?


• Padre, que sepa hacer tu voluntad.



Reza con el Padre Nuestro.

Ve repitiendo cada palabra.

Piensa con qué sentimientos las pronunciaría Jesús...

Él reza contigo, más aún, tú rezas en Él, tú te unes a esa oración constante de Jesús con su Padre, con nuestro Padre.








 
¡Padre nuestro! 
Estoy tan acostumbrado a decirte “Padre”, 
que casi lo hago sin darme cuenta.
Sin embargo... cuando lo pienso más en serio, tiemblo un poco.
Porque si eres mi Padre, yo soy tu hijo... 
Y el hijo tiene la carne y la sangre del padre.
Hoy te pido, Padre mío 
(y Padre de tantos otros hijos, de tantos hermanos míos),
que jamás deje de llamarte así, 
que jamás deje de ser el que engendraste para que te amé 
y para ser amado por Ti.
¡Padre nuestro! 
¡Padre de Cristo! 
Que nunca deje de recordar la misericordia 
que nos mostraste en Jesús.
No permitas que abandone nunca tu casa.
Si estoy lejos de ella 
(por tantas locuras, por tantas maldades, por tantas tonterías),
dame fuerzas para volver ahora mismo:
¡Tú me amas y eres más grande que todos mis pecados juntos!
Y si me das la gracia de vivir siempre en tu casa, 
disfrutando de todo lo tuyo,
dame generosidad para compartir todo lo mío;
dame humildad para comprender a mis hermanos 
y recibirlos en nuestra casa siempre, como Tú los recibes. 
¡Así sea!

(Héctor Muñoz)

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