Jesús ora por ti




“Te ruego por ellos… 
Todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío" 
(Jn 17,9.10)

Alguien ha dicho que un creyente es un enamorado, alguien que se ha enamorado de Dios.
Si le pides que te dé razones de su amor, quizá no logre hacerlo, no porque no tenga razones o no las haya pensado, sino porque tendrá tantas que se le amontonarán en la boca y no podrán salir.

Conocer a Jesús no nos puede dejar indiferentes, como no es indiferente el hombre ante el amor de su esposa, o de su novia.

- Señor mío y Dios mío.

Jesús está hablando con el Padre, en una apertura confiada. 
Habla de su vuelta a los brazos del Padre, que es lo que más le agrada.
En su empeño por abrir los oídos sordos para que escucharan la salvación, y de levantar a todos los caídos para que descubrieran su dignidad de hijos, ha manifestado la gloria y el proyecto del Padre. Jesús ora por los que permanecen en él y le dan su adhesión incondicional. 
Jesús ora por ti. 
Siéntelo, grábalo en tu corazón. 

Tu cariño me conmueve, Señor.
¡Gracias!
Metes mi vida en tu lenguaje de amor trinitario.
¡Gracias!  
Jesús, todos estamos en tu corazón y en el corazón del Padre, somos un regalo que mutuamente os habéis hecho. 
Somos miembros de una misma familia.
Que nuestro rostro y en nuestro obrar brille la gloria de Dios que nos habita.  



SAN ISIDRO LABRADOR.
Ejemplar y de buen corazón
nos invitas, lejos de perdernos en la tierra de cada día,
a mirar más allá del simple arado o dulce siembra.
Danos, San Isidro, ilusión por el trabajo del alma
Encontrar, en la oración,
el mejor arado para nuestra vida de piedad
Saber que, en la lluvia de la Gracia,
es donde está el futuro de nuestra existencia
Ayúdanos, con tus manos curtidas,
en afanarnos no solamente por el alimento de cada jornada
sino, también, en acariciar soñando
la hacienda que nos aguarda
más allá del áspero surco del día a día.
Tú que, cavaste pozos buscando el agua,
haz que también broten de los manantiales de nuestro vivir
el agua fresca de la caridad para los que necesitan
la tibia para los que sufren
y la de la fortaleza para los que dudan.
Tú, que en luces del alba, acudías hasta el sagrario
empújanos a postrarnos, y no permanecer de pie,
ante el que siendo Rey de Reyes,
no dudó en arrodillarse ante nuestra débil humanidad.
Tú que tuviste a los animales como confidentes y amigos
ayúdanos a que, nunca las mascotas,
sean más importantes que la vida que gime en un vientre humano.
Tú, que supiste de engaños y de traiciones,
de mentiras y de envidias, de celos y de habladurías
inspíranos un corazón dulce y afable
para soportar la contrariedad cuando, sabemos,
que tarde o temprano asomará y amanecerá la verdad.
Ayúdanos, San Isidro, a cuidar la espiga de la fe
para que, cuando Dios aparezca a por la cosecha,
la encuentre dorada y en su punto
y fortalecida por la Palabra, la justicia,
la alegría, la esperanza y el ansia de vida eterna. Amén.

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